Escrito por Juan Diego Castro Publicado en La Prensa Libre Viernes 10 de Julio de 2009 00:25 Asistí como su abogado, a las audiencias del proceso administrativo que siguió en su contra. Mi función profesional era interrogar técnica y éticamente a las testigas. Jamás imaginé que en mi Alma Máter, donde aprendí los principios elementales de imparcialidad y justicia, serían pisoteados por funcionarias y funcionarios universitarios, sin el menor sonrojo y de la manera más vulgar.
Aquello fue un remedo de juicio, al estilo del oeste vaquero o peor aún, de la inquisición española. Todo olía a “crónica de una condena anunciada”. Fue un cirquillo surrealista, amañado para dar un tenue barniz de legalidad y así cumplir con el mandato del inquilino del edificio de los azulejos desteñidos y su poderosa argolla.
Trenza de añejas venganzas, pasión ideológica y tropical politiquería de campus tercermundista. Así fue ese avieso proceso administrativo-inquisitorial, que culminó con su principal propósito: un escandalillo, un injusto castigo y una tentativa de homicidio moral.
Un par de veces he observado actitudes parciales y atrabiliarias semejantes, pero por dicha, esos votos de minoría absurdos han llegado hasta ahí. Lo he afirmado en otra ocasión: una de las “investigadoras” con sus chispeantes y capciosas preguntas formuladas a las “testigas”, evidenció su postura parcial, beligerante y harto comprometida con ese tremendo devocionario, que inspiró su draconiana resolución desde antes de ser “escogida” para ser más “verduga” que juzgadora.
No había duda, desde que “la jueza” encendió su primer cigarrillo, estaba decidida por la pena máxima, aunque se tratara de un hecho, que si en realidad existió, merecía un abordaje serio, riguroso y por supuesto imparcial.
Las “testigas de oídas” y militantes acérrimas, depusieron con encono, ensartaron sus aguijoncillos y después desfilaron con pancartas contra el “acusado”... Venganza satisfecha, éxtasis ideológico, eructos politiqueros... y una heroína que no se dejó ver ni para interrogarla. Que declaró en privado, cual víctima de un real delito. Pantomima ridícula. El debido proceso hecho añicos y el Derecho en la acequia.
La injusticia pasó “del estiércol a la rosa.” El condenado empezó a escribir su novela en el 2002: “Es aquel capítulo (pseudocientífico) donde el Renco Bolaños especula sobre una insurrección de avispas que termina en masacre de insectos por una rebatiña de poder que, en cierta forma, refleja lo que pasa en el mundo con las hambrientas sectas “femi-nazis”, económicamente apoyadas por ongs de la ONU, Unesco, BID, Cepal, España, Canadá, etc”.
Al anunciarse a principios de este año, que la novela “La rebelión de las avispas” había ganado el Premio Nacional de Literatura, las capuchas inquisidoras se alborotaron y arrancó la nueva ordalía: las hogueras de las torpes leguleyadas y los ciberataques anónimos fueron encendidas… aunque no superaron la quema de sus propias rabias.
La rebelión de las avispas, extraída de un pudridero, brilló en grandes pantallas y ceremonias de gala en el Teatro Nacional”, cuando la Ministra de Cultura, entregó a Carlos Morales la estatuilla de Aquileo Echeverría, por haber obtenido el Premio Nacional de Literatura 2008. Las inquisidoras se calcinaron en su propia hoguera.