Ahora que las fieras se han calmado un poco, déjenme que les cuente todo lo que me pasó con La rebelión de las avispas: de cómo la concebí en lo más hondo del estiércol y pude sacarla de allí, hasta verla convertida en flamante Premio Nacional de Literatura, con censura previa en casi todos los diarios, pero con más de 1.200 citas en páginas de internet.
¡Sorpresas que da la vida!
Comencé a escribirla –como un divertimento– a finales del 2002, cuando acababan de ordenar mi despido como funcionario universitario por haber, supuestamente, caído en la trampa de una mujer que me había seguido por dos años, pero que me acusó de ser yo quien la perseguía a ella.
El caso se convirtió en consigna de guerra para las ultra-feministas del claustro, que iban a crear un partidillo político, y en vellocino de oro para mis enemigos históricos, que vieron la ocasión de domeñar un periódico. Todo lo enfangaron y se dieron a lanzarme heces a diestra y siniestra, en contubernio con el távido sistema judicial bipartidista.
Lo primero que surgió –en el proceso de escritura– fue la metáfora que le dio nombre al libro.
Es aquel capítulo (seudo-científico) donde el Renco Bolaños especula sobre una insurrección de avispas que termina en masacre de insectos por una rebatiña de poder que, en cierta forma, refleja lo que pasa en el mundo con las hambrientas sectas “femi-nazis”, económicamente apoyadas por ong’s de la ONU, UNESCO, BID, CEPAL, España, Canadá, etc.
De allí en adelante los demás capítulos, y su organización, se fueron estructurando solitos al calor de una temática apasionante, una demanda laboral mía que se empantanaba sin augurio y mi deseo de evidenciar –por medio de la burla– toda esa estulticia que había contemplado en el proceso administrativo.
Pero en verdad, predominaba la imaginación. Casi todo era inventado e incluso muchos pasajes son producto de un estado de éxtasis medio inconsciente, pues luego la gente me señaló que había plena coincidencia con hechos, nombres, personajes y lugares de la vida real que yo nunca había conocido.
Concluido el libro, en 2005, lo mantuve engavetado por tres años y no es sino hasta en 2008 cuando decido publicarlo, con la seguridad de que va a detonar un polvorín de imprevisibles alcances. Todos los que leyeron el borrador concluyeron que “es una bomba” y hasta miedo tuve de que explotara en mis manos.
¡Pero sorpresa! Pasó todo lo contrario: puesto en librerías, en agosto de ese año, lo único que se abrió a mis espaldas fue el más rotundo silencio. Los sectores políticos, educativos y LGBTI afectados, lograron que la prensa no publicara ni una sola nota de aparición. Si acaso alguna referencia en internet o un comentario de amigos en periódicos alternativos.
Y no fue porque no se avisara a los medios, sino porque había un claro boicot, una estrategia de silencio, concertada o de conveniencia, entre los criticados. La Nación censuró a sus propios escritores, Universidad hizo lo mismo. También Extra, Al Día y Canal 6. ¡Viva la libertad de prensa!
No obstante el boicot, el libro despegó con ventas de gran alcance y la propaganda “boca a boca” reveló harto interés en el público. Según los libreros, se convirtió en best seller y cuando el tiraje iba ya por la mitad, sobrevino como sorpresa el Premio Nacional de Literatura, y entonces… sí que la mandamos a la gradería.
Yo –lo juro– no tenía idea de cómo estaba formado el tribunal de los Premios Nacionales. De hecho ese dato es casi secreto. Me negaba incluso a que se enviara el libro a un certamen que critiqué duro en su tiempo (1976), porque pensé que allí nadie lo leería y, en caso de hacerlo, lo condenarían a la hoguera después de la tercera plana. Fue mi esposa, junto con el dueño de Editorial Legado, quienes más se empeñaron en que el libro se enviara. Ellos mismos lo mandaron y yo aflojé mi resistencia.
Cuando el 27 de enero se anuncia el Premio, fue como otra vez el Karacatoa. Todos los escritores y puetillas que andaban detrás del lauro, saltaron como chamusquina y pusieron su protesta en los cielos de internet. A ellos se integraron, con más furia, las cuatro o cinco feminazis de percing en la ñata, que tal vez se vieron perfiladas en la caricatura del libro.
Se publicaron cientos de comentarios en la ciber-red, dos cartas en la prensa tradicional, y las feministas colectaron cerca de 13 firmas para demandar que se anulara el Premio. La líder de esa colecta: una figurilla que masca odio en vez de Trident y que aseguró ante mis ojos que “Hillary Clinton, Cristina Kirschner y Laura Chinchilla no valían mayor cosa porque tenían a un hombre detrás”, mandó escritos por todas las universidades y le exigió a la Ministra de Cultura que anulara ese premio misógino.
Para ellas sí hubo prensa. El diario cómplice de quien se proclamó Presidenta de una Universidad y candidata a diputada, sin ser ninguna de las dos cosas; le publicó las cartitas y claro, la Ministra titubeó. En vez de mandarlas pa’l carajo, por improcedentes y extemporáneas, le pidió al jurado que revisara el premio. ¡Y, sorpresa, el jurado se volvió a reunir! Nunca había pasado en la historia.
Ya para cuando todo esto ocurría, en internet había 1.278 portales, del país y foráneos, que citaban, para bien o para mal, La rebelión de las avispas y, como es lógico, las ventas se dispararon. Se agotó el libro en Nueva Década y las gentes fotocopiaban pedazos y los pasaban de mano en mano en las dependencias universitarias. Los lectores de varias universidades veían retratado su claustro y su facultad, y la localización indefinida de la novela valía lo mismo para San Chepe que para Alajuela, o bien para Cartago y Heredia. Los personajes les resultaron muy conocidos, solo que para algunos eran jerarcas de Cartago, para otros de San Pedro y también de Escazú, Limón o Tres Ríos. Reencarnación podría llamarse el fenómeno.
La venta era loca a pesar de la competencia desleal del clonaje. En los foros de tipo LGBTI (lésbico-gay-bisexual-trans-intersex) que pululan en la red, nunca vi tantas veces repetido mi nombre y el de mi libro. Casi me estallan el ego. Y eso que llevo 40 años en la prensa.
Me insultaban por escribir tan mal y por haber arruinado mi larga carrera de escritor; por ser perseguidor de mujeres y por ser misógino; por ser de izquierda y por estarme haciendo capitalista neoliberal de derecha, con la venta de las avispas. Ello(a)s mismos se contradecían y reproducían así la sarcástica metáfora del libro.
Natural, la Editorial Prisma ordenó una segunda edición y eso también los puso como histéricos. Sus berridos sobrepasaron las fronteras, y los portales de 14 países hicieron la publicidad que en Costa Rica se nos negaba. De España me pidieron autorización para utilizar dos capítulos del libro en un curso universitario de defensa del idioma y totolate.com triplicó las visitas. En la UCR y el Tecnológico se pidió el libro como texto. Empecé a dar conferencias y una tercera edición parece estar ya en puertas.
El jurado que otorgó el premio tenía tres componentes especializados en literatura. Uno de ellos amigo mío. Esto lo supe después, cuando las LGBTI denunciaron que eso anulaba su mente y por ende el galardón, aunque él fuera minoría y doctor en literatura. Los que más gritaban “amiguismo” eran los mismos que años atrás le repartieron a esposos, novios, amantes y concubinos, similares galardones.
A los tres jurados los acosaron ellas con sus facciones puntiagudas, pero a mi amigo, Claudio Monge, lo iban a expulsar hasta de su partido y todavía andan en eso. Era como revivir al Renco Bolaños, protagonista del libro. ¿Habrase visto mafia más rabiosa, irracional e hipócrita?
Vueltos a reunir los jurados, en un acto de gran valentía, ratificaron todo lo actuado, por unanimidad, y el premio fue –primera vez en la historia– doblemente discernido. O sea que La rebelión de las avispas, extraída de un pudridero, brilló en grandes pantallas y ceremonias de gala en el Teatro Nacional, cuando la Ministra de Cultura, me hizo entrega del Premio Nacional de Literatura 2008: una estatuilla del gran poeta Aquileo Echeverría y un depósito por $6.400, que debe haber sido lo que más cabreados los puso.
En la ceremonia de entrega, en la más hermosa joya arquitectónica del país, fui víctima de una ovación cerrada que parecía ponerle corona de rosas a un camino muy encharcado.
Del estiércol: una rosa… y todo por un divertimento.