En las viejas andanzas de la política costarricense, los ciudadanos escogían como candidatos para los puestos de mando en los municipios, los patronatos, el parlamento, la Presidencia de la República, etc., a las personas que más se habían distinguido en su entorno de trabajo, de barriada, de voluntarismo. Pero eso sufrió un rudo cambió desde allá por los años sesenta.
En las elecciones de 1940, el Brujo del Irazú, que ya había sido presidente tres veces, se negó en forma reiterada a ser candidato, y propiciaba que los ciudadanos lo llegaran a buscar, en su casa de Puntarenas, para pedirle o rogarle que aceptara ser candidato.
Siempre decía que no, y de cada negativa salía más fortalecido como líder. Algunos malpensados cotilleaban que don Ricardo decía para dentro: “no quiero, no quiero, pero echénmela en el sombrero”.
¡Ese era un líder de masas! Y por eso lo imitaron tanto. ¿Se acuerdan de Oscar Arias en la campaña pasada?
La condición de líder no la define el líder, la define la gente que lo valora desde afuera. Así, los pueblos ven como sus coetáneos se van distinguiendo por cualquier tarea que ejercen y, al cabo de mucho tiempo, se ganan la condición de liderazgo que la población les otorga. No es auto-otorgable.