Carlos Morales
Todas las estrellas de nácar o huecos negros –que llamaría Hawking– se han alineado para que “el oficio más hermoso del mundo” vaya en clavada, y se convierta en una chanfaina que muy pronto a nadie le va a importar. De hecho Phillip Meyer, el célebre autor de Precision Journalism, ha vaticinado que, “para el 2023, no quedará ni un solo periódico escrito en los Estados Unidos”. Esta semana El país de Madrid, el más prestigioso diario español, ha anunciado su pronta desaparición del tintero y ya se le anticiparon el Christian Science Monitor, el Paris Soir, el NY Herald y el Chicago Daily News, para citar pocos. Pero que desaparezcan los diarios históricos, emblema de la profesión, no es tan fatídico, pues aun quedarán sus páginas de Internet; lo fatal es que se esfume de ellos la esencia del derecho humano a la información que los inspiró desde Elizabeth Malet, la mujer ¡fundadora del primer diario!, en el mundo (Londres, 1702). El periodismo, como un servicio público que solventa el derecho humano de estar bien informado, se empezó a enterrar en la década de los 70, cuando a esa función sacerdotal que le estaba asignada, empezó a imponérsele el entretenimiento y la vulgaridad. Todos los medios hicieron lo mismo y Umberto Eco comentó: “no por el hecho de que millones de moscas coman mierda, vamos a pensar que eso es saludable” (cif. A paso de cangrejo, 2007). Los medios de comunicación educan tanto como la escuela y la familia. No deberíamos caer en un torbellino de estulticia. Antes, los periodistas sabíamos que nuestras crónicas no podían dejar preguntas sin respuesta. Hoy día, los periodistas de acá ya no saben ni lo que es una noticia y menos van a saber como interrogar a sus entrevistados (¿cómo se siente después del incendio total de su casa?). O como redactar para responder, en su reporte, las miles de incógnitas que a un televidente le despiertan la vida y sus avatares. En la televisión, las informaciones bailan entre la frivolidad, el relleno (youtube) y el autobombo, y uno nunca sabe dónde ocurrió el accidente, pues el periodista novato cree que con decir San José ya lo dijo todo. Supone que San José es el ladrillo donde él está parado. En su afán por entretener, los medios se fueron cargando de superficialidades (corrongueras, las llamé una vez), y han llegado al extremo de contratar caricaturas de gays para burlarse y ofender a esa población en desventaja (¿o no se darán cuenta?). La otrora heroica profesión periodística ha bajado al nivel del payaso de circo o el taxista pirata. Y lo digo con horror y dolor. El desastre es total, aunque debo admitir que en todos los medios quedan unas cuantas excepciones, pero en mi época estas eran la regla. ¡No al revés! Si se consulta mi extensa denuncia por estas causas (disponible en carlosmoralescr.com), será fácil detectar que ya estamos en el hueco negro y que, cuando caemos allí, ya nada nos salva de la estupidez. Publicado en Semanario Universidad 16-3-16. |
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InformaciónEsta página del escritor costarricense Carlos Morales fue inicialmente confeccionada a partir de una bio-bibliografía realizada, para la Escuela de Bibliotecología de la Universidad de Costa Rica, por la entonces alumna Ana Ruth Sanabria Méndez, en mayo de 2001. Con el paso de los años, se le agregaron otros contenidos y se ha actualizado con la obra periodística y literaria del autor.
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