Al recordar los cien años del nacimiento del ilustre escritor, les regalamos esta columna suya a los politicos y políticas, bateadores y bateadoras, pochos y pochas, que se viralizan en nuestro medio.
CHISPORROTEOS Me resultó interesantísima la lectura de la columna que escribió el pasado domingo el filólogo Diez Losada sobre la monomanía que les ha dado a algunos de decir "los y las", confundiendo así el sexo fisiológico con el género gramatical, siendo como son dos cosas que no tienen relación entre sí. Prueba de ello es que quienes se empeñan en que digamos "los y las costarricenses", no nos exigen decir "las y los águilas". • Indudablemente, quienes propulsan esas barbaridades lingüísticas son gente abiertamente anglófila, y lo atribuyo al hecho de que el idioma inglés no tiene (o casi no tiene) géneros, pero esa anglofilia militante nos está llevando al mal empleo de ciertas palabras. • En español, el sexo es la condición fisiológica, con que nacen las criaturas masculinas o femeninas, y los órganos que la determinan. El encuentro sexual de la pareja se llama científicamente coito (palabra poco usada fuera de la literatura científica), y la literatura lo ha llamado, un poco poéticamente como corresponde, acto de amor, hacer el amor, y otros eufemismos que buscan ser agradables. En inglés lo llaman "to have sex", y aquí nos ha dado por decir, anglicadamente, "tener sexo", que es algo que tenemos desde antes de nacer, y sólo mediante complicadísimas operaciones quirúrgicas podemos dejar de tenerlo. • El otro anglicismo es decirle género a lo que, según quedó explicado y lo explicó bien Diez Losada, se llama sexo en español. Pero es que en inglés, el sexo, la condición fisiológica con que nacemos, se llama "gender", de manera que las criaturas pertenecen al gender masculino o al gender femenino. Y quienes se empeñan en alterarnos el idioma castellano para que digamos los y las, han decidido adoptar el anglicismo y decirle género al sexo, olvidando que género es en español un concepto gramatical y no fisiológico. • Ahora bien, el género, en español, no tiene nada que ver con el sexo. Si lo tuviera yo querría que alguien me explicara la razón por la cual la silla es femenina y el sillón es masculino; por qué la cama es femenina y el diván es masculino; por qué la luna es femenina y el sol es masculino, cuando en alemán es todo lo contrario; a qué se debe que el río sea masculino y la acequia femenina; por qué diablos es femenina la calle y son masculinos el camino y el sendero; qué explicación tiene eso de que el cuchillo es masculino y la cuchara femenina; quién decidió que fuese masculino el tren y femenina la locomotora; porque las películas son femeninas y los filmes masculinos; y en última instancia, si alguien ha ordenado que la de las mujeres se llame cara y el de los hombres rostro. • "En la lucha tenaz de fecunda labor que enrojece del hombre y de la mujer la faz, conquistaron tus hijos y tus hijas, labriegos sencillos y la-briegas sencillas, eterno prestigio, estima y honor". A esto no le pone música ni Anton Webern. Carlos Morales
A pesar de que algunos virus izquierdistas odian y descalifican a la CNN (sobre todo a su versión hispanoparlante, que es obsesiva y tonta con Cuba y Venezuela), sigo creyendo que la cadena informativa mundial hace un periodismo de gran calidad, y se vuelve una herramienta indispensable para estar bien enterado de lo que sucede en el planeta. Gracias a CNN y a la pandemia que nos tiene arrinconados frente a la tele y demás pantallas, pudimos ver en directo, y minuto a minuto, todo el desmadre en que cayó el otrora país más influyente del mundo después de que un energúmeno tombo racista mató, con rodillazo de atleta, a un ciudadano negro que supuestamente intentó meter un falso billete de veinte dólares en la farmacia. La escena, en que el gorila D. Chauvin asesinó por estrangulamiento a George Floyd, la vio el mundo entero en el momento mismo que estaba ocurriendo, pues la CNN y los teléfonos celulares se encargaron de que así fuera. Mientras Floyd gritaba que no podía respirar y sus tres cómplices le sugerían que lo aflojara un poco, el criminal Chauvin apretó el torniquete y lo convirtió en cadáver. ¡Por veinte pesos y un odio muy antiguo! La acción no tiene nada de nuevo, ni de raro. Ocurre con frecuencia en los estados sureños y también en los otros. Se ha repetido con toda clase de arma (remember Rodney King) y, por lo general, los policías asesinos resultan libres “ante la falta de pruebas”. Los negros de un país que todos los días reciben el insulto de sus vecinos red-necks y sobre todo de la máxima autoridad refugiada en la Ave. Pensilvania, la cual, sin saber bien lo que habla, afirmó el día de las marchas que “si hay saqueos hay disparos”, lo mismo que había dicho en 1967 el jefe de policía de Miami para arrasar otros disturbios. Y que, por eso, constituye una frase enervante, ofensiva, racista, como las que condujeron al movimiento reivindicativo Black Power en los años 60 y que, con Ángela Davis, Malcon X, Stokelly Carmichael y Luther King, lograron un mínimo avance que tuvo en Barack Obama su símbolo más adelantado. Aunque no definitivo, como se puede ver. La indignación por el crimen de Floyd, que todos vimos, era para tirarse a las calles y, por suerte, así ocurrió en las ciudades grandes del contradictorio país. Pero las escenas que en ese mundo tan despiadado, tan lleno de injusticia, de estupidez y de intolerancia me brindaron un aliento de esperanza, fue observar que ese pueblo gringo, puesto en pie y listo para reclamar justicia para el desarmado negro de Minneapolis, no era gente afroamericana. Para mi grata sorpresa, en todas las ciudades, incluyendo las de mayoritaria población negra como Atlanta, Los Ángeles, Washington y New York, las personas que reclamaban justicia y ponían el pecho a los batones de la policía, eran en un 80% blancos, latinos y orientales. Pocos negros. Eran blancos en solidaridad con el afro-americano, en contra del racismo, de la intolerancia, de la violencia. Y no cualquier tipo de blancos. Ustedes también los vieron, eran jóvenes, mujeres, más bien jovencitas rubias, valientes muchachos justicieros que levantaron su voz y pusieron la cabeza y el pecho a los garrotazos de una tropa gorila que representaba el stablishement que, desde la Casa Blanca, ha aupado el desprecio racista con sus estúpidos twitteos de “hambrientos, violadores”. Adoro a ese poder blanco, porque ese poder blanco, ese White Power de la noche negra de Trump, habrá de florecer en noviembre con la misma dignidad de hoy para sacarlo de la Avenida Pensilvania. Que la memoria de Floyd y los miles de mártires negros que llevan 200 años de horror y angustia, iluminen a todos los votantes para que esta historia no se repita. Con vidrios rotos y carros quemados, ese es el poder blanco de la solidaridad y el raciocinio contra el verdadero shit hole que se entroniza hasta diciembre en la White House. Muy lamentables la violencia y los destrozos, pero como en Palestina, no hay que olvidar por qué fue que comenzó todo. Moravia 31-5-20 |
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InformaciónEsta página del escritor costarricense Carlos Morales fue inicialmente confeccionada a partir de una bio-bibliografía realizada, para la Escuela de Bibliotecología de la Universidad de Costa Rica, por la entonces alumna Ana Ruth Sanabria Méndez, en mayo de 2001. Con el paso de los años, se le agregaron otros contenidos y se ha actualizado con la obra periodística y literaria del autor.
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