Carlos Morales Es como para sentarse a llorar. Pasan y pasan los días, y los meses, y los años, y la catarata de muertes en el Irak ensangrentado por Bush no se interrumpe ni por instantes. Hace ya más de un año, cuando había posibilidad de que el Senado estadounidense le congelara el presupuesto al genocidio en Irak, divulgué un artículo titulado ¡Que alguien pare a este loco!, en clara referencia al gobernante asesino que para esa fecha llevaba más de 100.000 muertes civiles en el mesopotámico país y unos 3.000 cadáveres entre sus propios invasores. Como era de esperar, nadie me dio pelota, y el congreso le aprobó más fondos al loco y las cifras de muerte han crecido en un treinta por ciento. Que nadie me escuchara tendría cero importancia, si las cosas hubieran mejorado, si la guerra se hubiera detenido o si las expectativas se mostraran promisorias. Pero no. Resulta que lo que antes era un loco, ahora son –por lo menos– dos, la guerra sube de intensidad, las muertes crecen en centenares de un lado y millares del otro, los augurios son peores que los de Vietnam, las cifras escandalizan al mundo y –paradójicamente– los culpables proclaman, urbi et orbi, que “todo marcha muy bien y que los avances de la democracia iraquí son espectaculares”. ¡El mundo patas arriba o dos sicópatas en el orfanato!, podría llamarse la tragicomedia. Esa nueva proclama triunfalista –negación viva de la realidad– solo podría compararse con la esquizofrenia bushista de mayo 2003, cuando el gendarme de Washington declaraba “el triunfo absoluto de la gran cruzada”, la pronta captura de Sadan Husein (pasaron siete meses) y “el aplauso que recibirán nuestros valientes soldados cuando desfilen por las ciudades conquistadas” Más orate no podía estar nadie. Es como escuchar a Dick Cheney el pasado 17 de marzo, cuando dijo en Bagdad: “Estoy contento de poder volver a Washington la otra semana y poder contarle al Presidente que estamos haciendo progresos significativos, mejoras espectaculares en Irak”, esto en el preciso momento en que, a sólo cien kilómetros, en Kerbala, una inmensa explosión desbarataba un edificio y dejaba por saldo 43 muertos y 73 heridos. ¡Todos civiles, todos inocentes! Días después cayeron misiles en el centro de Bagdad y murieron 65 civiles. Progreso notorio, pues en mi viejo artículo solo dije que morían treinta personas al día. Durante la visita de Cheney al ensangrentado escenario, hubo tres explosiones más, aunque el alienado Vicepresidente no tuvo reparos en indicarle al “gobernante chiíta” Jalai Talabani, que “el plan de EE.UU. para dar seguridad a la ciudad, era todo un éxito”. Y como si fuera poco, el mismo Cheney, que tan seguro se siente entre los escombros Bagdad, se movió siempre en una caravana de diez vehículos blindados, protegidos desde el cielo por helicópteros Apache y escogió para dormir una base militar no revelada, en las afueras de la green zone. Según lo relató el corresponsal de la France Presse. Mientras tanto, el otro loco del Potomac, sacudido por la queja universal contra la estúpida guerra, decidió dar un informe de los cinco años de crímenes y después de alardear del fenomenal avance democrático, se dejó decir que “los altos costes en vidas y en dinero eran necesarios”... Como si algo –que no sea demencia por el poder y el petróleo– pudiera ser necesario y justificar semejante genocidio. Las cifras de hoy vuelven mucho más clara la locura de Walker Bush: en vez de l00.000 movilizados, los invasores de la pérfida Alianza son ahora 168.000, porque Inglaterra anunció, el lunes pasado, que ya no retirará sus 5.000 hombres, tal como había prometido su primer ministro en 2007, esto en razón de “los persistentes ataques con cohetes que soporta la base aérea británica en Basora”. ¿ Y no era que todo mejoraba? ¿No era que venía la paz? De mejorar, NADA. Según el libro The Three Trillion War, del Premio Nobel Joseph Stiglitz, la guerra en Irak le cuesta a los EE.UU $12.000 millones por mes y si le sumamos el gasto en Afganistán, que es donde se carcajea Osama Bin Laden –invicto y presunto culpable de todo este delirium– el gran total asciende a $845.000 millones por año, o sea, un 4% del PIB. Pero eso no es nada. La guerra les ha dejado ya más de 4.000 marines muertos y unos 30.000 heridos, aparte de que la gran mayoría de los 5 millones de hombres y mujeres que cumplieron servicios en esas guerras, han vuelto al país con graves problemas de salud mental, desequilibrios metabólicos o mutilaciones. Y siempre se deja para el olvido la contabilidad de los iraquíes que eran felices en tiempos del dictador Hussein y ahora son huesos fríos bajo la arena del desierto o triste carne hospitalaria. Ese total que para Bush no cuenta, es de 151.000 muertos, entre hombres, mujeres y niños. Y de los heridos no existen números accesibles, pero por el tipo de guerra deben sumar otro tanto. ¿Cuántas serán las familias despedazadas? o mejor aun ¿quedará alguna familia intacta? Este Viernes Santo la guerra de los locos, también llamada operación preventiva contra las armas nucleares, cumplió cinco años de dolor y de muerte. Nota: este artículo se publicó la última semana de marzo 2008 en El Jornal, Semanario Universidad y Liberación, de Suecia. Comments are closed.
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InformaciónEsta página del escritor costarricense Carlos Morales fue inicialmente confeccionada a partir de una bio-bibliografía realizada, para la Escuela de Bibliotecología de la Universidad de Costa Rica, por la entonces alumna Ana Ruth Sanabria Méndez, en mayo de 2001. Con el paso de los años, se le agregaron otros contenidos y se ha actualizado con la obra periodística y literaria del autor.
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